Capítulo 21

El Príncipe Muggle

Un fuerte golpe en la cabeza lo despertó, abrió los ojos, pálido, y se exaltó en el momento en que varias plumas cubrieron su rostro. Se destapó y se levantó de un salto mientras giraba la cabeza para todos lados hasta que distinguió en el techo una figura de color marrón rojizo que estaba volando y se le acercó a toda velocidad. Se acurrucó y se cubrió con las sábanas y cobijas, sin embargo no era suficiente, los picotazos, aleteadas y uñas las llegó a sentir como un gran escarmiento. Un ulular salvaje y agudo le hizo saber que alguien no estaba de buen humor. En el mismo momento en que iba a pedir auxilio alcanzó a mirar el reloj y se dio cuenta que llegaría otra vez tarde a clases y que no habría nadie para socorrerlo...

En esos días las cosas eran de esa manera, nadie le hablaba. Despertar cada día se hacía una aburrida tarea rutinaria. Raper le esquivaba la mirada cada vez que veía que Kevin le diría algo y se alejaba con un incómodo silencio de por medio. Maxi prestaba mucha atención con el entrecejo apenas fruncido y la vista fija en donde estuviera su inseparable amigo de toda la vida. De esa manera custodiaba cada movimiento que hacía Kevin cada vez que se acercaba a Raper. Sergio le hablaba de mala gana como si no tuviera más remedio en ocasiones tales como para pedirle permiso para pasar y hasta se atrevió a hacer un trabajo práctico de Astronomía por que tenían que compartir un libro. La manera distante de hablarle también era moneda corriente en los otros adolescentes, le dirigían gestos y miradas arrogantes, frías, descaradas e inexpresivas...

Una mañana refregó los ojos con los dedos y tuvo que cubrirse con las sábanas y cobijas tras los ataques de su enfurecida mascota. Las cobijas de color azul marino se llenaban de plumas y las blancas sábanas se embarraron con excremento, tierra, saliva y con restos de alpiste que no supo de donde salió. Pensaba a gran velocidad que podría hacer primero, si tratar de tranquilizar a Ululú o vestirse rápidamente y huir del lugar. Primero tendría que sacarse el pijama, y no era tarea fácil enredado totalmente entre las sábanas. Miró con un sentimiento de esperanza la vestimenta colgada en una silla al lado de la cama. Eran los uniformes que se había probado hacía tiempo y ya no le resultaban incómodos. Una camisa blanca, un pantalón de vestir negro, un pulóver, una túnica de vestir de color negra y unos zapatos. ¿Haría tiempo de ponérselos sin ser interrumpido por su ofendida lechuza?. Apenas Ululú salió de encima tomó aire, contó hasta tres y se decidió a salir. Se sacó a toda velocidad el pijama que eran el buzo y el pantalón, saliendo rápidamente de entre las sábanas y cobijas. Se abalanzó sobre la silla poniéndose la camisa y manoteando el pantalón y a un costado de la cama vio la carpeta azul de Maxi. La tomó y se cubrió de los ataques aéreos, con la mano derecha sostenía la carpeta y con la otra intentaba ponerse el pantalón quejándose con una respiración agitada.
-¿Que demonios pasa?.¿Todo el mundo quiere aporrearme?.¿No fue suficiente acaso con lo que me sucedió?
La pequeña lechuza ululaba furiosa y volaba en círculos enloquecida, lo cual generaba mucho miedo.
-¡Basta, Ululú!.¡Basta!
El pequeño pájaro le hizo caso, se alejó y posó a lo alto de una de las barras de madera de la segunda cama cucheta, que estaba en frente. Se la notaba muy ofendida y continuaba dando ululares agudos de reclamo. Una vez que pudo abrocharse los botones de la camisa se puso el pulóver negro y se acercó tambaleando y jadeando. La pequeña lechuza giró la cabeza en gesto de indiferencia.
-Se que me he portado muy mal contigo y en verdad lo siento mucho.
Se rascaba el plumaje muy distraída como si no lo escuchara, o no lo quisiera escuchar. El muchacho se sentó en la silla, se puso la túnica negra con cuidado y bajó para atarse los cordones, allí abajo pensó unos instantes. Ululú era su amiga, no podría ignorarla y no se le pasaba por la cabeza la idea de perderla. Le había resultado muy simpática desde el primer día que la conoció, muy afectuosa y obediente a pesar de ser un pichón. La contempló como nunca lo había hecho, se percató de que había crecido varios centímetros, que su plumaje era más rojizo que antes y que su pico rojo había tomado una forma muy bonita. -Cuanto que has crecido pequeña... que guapa te has puesto...
Los intentos de intimidarla parecieron dar resultado a instante, pero la lechuza, luego de inclinar su cabeza avergonzada la levantaba ululando enojada. Se levantó de la silla y estiró su brazo derecho poniendo la palma de cara al techo, en gesto de petición.
-Ven, preciosa. - Negó con la cabeza, su ulular iba bajando el volumen, las notas agudas que golpeaba iban bajando de tono, suavizándose. Se acercó cuidadosamente y su agitación había cesado, lo cual lo ayudaba a articular mejor las palabras. La serenidad regresaba lentamente. Se acercó con sumo cuidado y manteniéndose tranquilo sonrió comprendiendo que le daría otra oportunidad. Agachó su cabeza y su pecho en gesto de reverencia y diciendo con voz dulce.
-Prometo que si me perdonas cuidaré de ti más seguido y jamás me olvidaré de ti.
El ave parecía enternecerse, dio un pequeño chirrido de interrogación, el muchacho no desperdició el momento de indecisión y lo aprovechó utilizando una certeza que se le ocurrió. -Si me perdonas te dejaré dormir en esta habitación conmigo. Limpiaré tu jaula, te daré alimento con regularidad y por supuesto caricias y atención.
La emplumada criatura largó un ulular que parecía de emoción, abrió sus alas conmovida, aleteó fuertemente y saltó al aire. En un suave planeo aterrizó en su hombro izquierdo. Se reía contento de haber recuperado a su amiga, al menos ella lo escucharía y de alguna forma le hablaría y agradecería su compañía. Necesitaba a alguien para hacerle compañía y recuperar la confianza, una importante confianza que lo ayudaría para recomenzar. Una tibia caricia de la adorable Ululú le hizo lagrimear. Acercó la mano y la acarició, en el momento menos pensado lo picoteó. Saltó y en un breve movimiento aterrizó en uno de los dos escritorios que estaban dispuestos al lado de la ventana. Bajó la cabeza, acomodó su plumaje y estiró la pata derecha, llevaba un pequeño pergamino. Kevin comprendió, se acercó a la mesa y se lo sacó con cuidado. Lo desenrolló, mientras acariciaba a su pequeña amiga.

Para mi pequeño Kevin:

Patrick ha ido a casa y me ha explicado la historia del cubo embrujado. En verdad lo siento mucho, quiero que sepas que pase lo que pase siempre podrás contar conmigo y con tu abuelo. También me comentó que has tenido una pelea con tus amigos, pero que con tiempo y paciencia los puedes recuperar.

Hay algo que debes saber inmediatamente: Ululú abandonó la lechuzería de Hogwarts y se dirigió a casa, por cierto, está muy enfadada contigo, cuando le abrí la ventana no paraba de darme picotazos reclamándome cariño. No se como te recibirá luego de que le encomiende esta carta, pero trátala bien, no la abandones, después de todo es tu mascota y estoy segura que la aprecias tanto como yo.

Esperaré novedades de ti.

Un gran cariño.

Rosa

Buscó en el escritorio un pergamino, una pluma y un tintero.


Querida abuela:

Te he echado de menos estos días, han sucedido muchas cosas en sólo un par de semanas y siento una gran tristeza. Me pelié con mis amigos y ya nadie me habla. No se cuanto tiempo podré estar así, pero tengo esperanzas de que esto cambie. Ya me he amigado con Ululú, prometo que la cuidaré más seguido para que no vuelva a enfadarse. Tengo mucho miedo de lo que podrá pasar de aquí en adelante, ojala que para el final de este curso pueda verlos.

Los extraño mucho.

Con cariño: Kevin.


Luego de confiarle la carta a Ululú y despedirla por la ventana se fue hasta el baño. Allí quedó presenciándose en el espejo un prolongado tiempo. Su pelo había crecido mucho, ya casi le llegaba a los hombros, la piel de su rostro se había tornado algo pálida y con el tono blanquecino de siempre. El misterioso lunar en la frente le daba un rasgo de lunático y sus expresiones enfermizas le daban carácter solitario. ¿Era en efecto una persona que se encontraba ya sin compañía?. Se peinó, pues hacía mucho tiempo que no lo hacía, el pelo que tiempo atrás se tornaba ingobernable, sobre todo para peinarlo y para que quede liso, adoptó una densidad que nunca tuvo. Pudo peinarse y adquirir un estilo que, en un principio, le agradaba mucho. "Si no comenzaba a arreglarse y tener más estilo, nunca conseguiría una chica" pensó. Juntó agua en sus manos y terminó de peinarse y arreglarse. El reloj, sin duda, era una gran pesadilla. Las 9, mientras que debería haber entrado a las 8 a clases. Un pequeño dolor de cabeza lo incomodaba aún más, quizás por mojarse la cabeza cuando hacía tanto frío como en esos días, tendría que apurarse y resignarse a entrar una hora tarde. No obstante no quería ir a clase, no estaba de humor, ¿Para que iría?, ¿Para que genere el revuelo que significa llegar tan tarde?.¿Para que luego nadie le hablase?. ¡No!
-No voy, me duele mucho la cabeza.- Se contestó a si mismo. Reflexionó con una espina en su pecho, a nadie le importaría. -¡Pues bien!. A nadie le importa si asisto a esta clase y si decido aparecerme en la siguiente hora.
Fue hasta la cama, se sentó y se quedó leyendo el libro de Literatura que tendría que comentar unas horas después. No reprobaría por faltar a Teoría Mágica, una sola vez. El cuento en el que se sumergió se llamaba: "El capitán Luis" y trataba de un crucero que se perdió en el triángulo de las bermudas. Su padre, fallecido, se llamaba Luís y también era el capitán de un barco. Esto hizo que la lectura lo atrapara totalmente. Tras un gran choque con algo inexplicable hubo ráfagas de viento, agua y tierra en todas las direcciones. La tripulación entera había entrado en un escandaloso pánico y de un momento a otro el barco quedó desierto, sólo quedó el Capitán Luís. Estaba tendido en el piso hasta que recobró el conocimiento y se reincorporó. Los ojos de Kevin comenzaron a cerrarse...

Un remolino de color negro que le recordaba a los polvos flu lo hizo aterrizar en el flexible piso de madera. Cayó de panza al piso, luego de tambalear mareado se levantó con pesadez.
-¿Te encuentras bien? Pequeño.
Abrió los ojos como platos y se levantó de un salto. Temblaba de arriba abajo, no podía creer lo que en sus ojos se reflejaba. -¡Papá! ¿Que haces aquí?
El hombre era de piel cetrina, nariz puntiaguda, su pelo corto era oscuro. Los rasgos de su rostro eran muy parecidos a los de Kevin, también llevaba en la nariz un lunar pequeño, pero muy visible. Tenía puesto un traje de marinero de color gris y un abrigo de color negro con el cierre abierto. Tomó aire y dijo con mucha claridad, levantando su mano derecha. -Soy el capitán de este barco.
Esto lo hizo desorientar mucho e interrogó casi ahogado.
-¿Desde cuando?
El sujeto le contestó cabizbajo. -Desde que partí...
El adolescente no entendía nada, realmente estaba ante su padre, se había reencontrado en el lugar menos pensado y en la situación más inusual de todas. Donde no había pisado un barco hacía ya dos años, recordó con nostalgia su ausente pasado. Dos años atrás su padre se había ganado un viaje a Paris por salvar a una tripulación de una feroz tormenta.
-¿Y mamá?- Preguntó con la voz quebrada, el hombre no se inmutó.
-Está en la pasarela, con la mirada perdida en el mar...

Despertó sobresaltado y escuchó decir a Sergio de mala gana. -En 5 minutos tenemos clase de Encantamientos.
-De acuerdo, gracias.- La rutina fue tan aburrida como siempre, aunque al menos tenía algo para pensar, en aquel sueño que involucraba tanto a sus padres como a él. Algunas novedades lo mantenían con la vista entretenida. Jenka, la cumpleañera de ese día, recibió un regalo de Alice y se paseaba con el gracioso animal en su palma derecha. Era una rana que cantaba seis notas distintas y que esta formaba una canción que a todos les parecía familiar, pero que nadie logró descifrarla o acordarse. Sin duda "la rana Renata" era la nueva compañía de los adolescentes, pues la muchacha le mostraba con orgullo a todo el mundo su anaranjada belleza. El pequeño animal parecía la clásica rana de pared, sin embargo, llevaba en su espalda una textura de color verde y al ser de color naranja el resto de su cuerpo, le daba un tono muy bello. Maxi se llevó los aplausos de todos cuando dibujó en la clase de Cecile una rana idéntica a la de Jenka, pero de color azul. En el cuadro se observaba una rana del mismo tamaño que saltaba para todos lados y aunque no cantaba, realmente era una obra de arte. El joven se ganó la admiración de muchos y le pidieron que continuara haciendo dibujos. Ya no era más la persona tímida y callada que todos conocían. Su aspecto de flaqueza y palidez que tenía en los últimos días ya no estaba más en el. Ahora era el llamado "Alto dibujante", derecho y con el pecho inflado por el orgullo de sus buenos resultados. En la clase de música aprendieron a tocar el piano y conjurar la canción para que se repitiera. Era un arte peculiar aprender una pequeña canción en el piano, retenerla en la mente, sentirla y pronunciar el nombre de la canción mientras se hacía una floritura complicada con la varita. Por esos momentos era habitual caminar por los pasillos, pasear por los patios, siempre y cuando no hubiera demasiada nieve. Veía como todo el mundo estaba reunido con sus amigos, hablando, discutiendo, riéndose y confiando cosas al oído. Continuaba muy solitario, espiaba las travesuras que les hacía Peves a algunos alumnos y como éstos lo perseguían enfadados con la varita empuñada.

Los días continuaban siéndole esquivos, pero al menos en el cumpleaños de Piter Artetreux, 4 días después, comenzó a hablar con Mady. Estaba sentado con ella en la biblioteca, mientras revisaban algunos libros de Historia de la magia. Contempló un momento a la muchacha, esta se percató y levantó la vista. -¿Te sientes bien?
Asintió con la cabeza mientras veía que una pequeña persona se acercaba a Mady. Se puso detrás de ella y le tapó los ojos con las manos, era Lina. -¿Adivina quien soy?
Dio un suspiro de sorpresa, pero dijo con tranquilidad. -Mmm, déjame ver... ¡La pequeña y traviesa Lina!
-¡Acertaste!- Expresó con emoción.
La chica llevaba dos hebillas en el oscuro pelo, lo cual le daba un aspecto muy peculiar. La observó unos instantes.
-Bonitas hebillas... pero debes pedirme prestadas las cosas antes de usarlas...- Se levantó bruscamente y se abalanzó hacia Lina. La tomó de los brazos y comenzó a hacerle cosquillas. Entre las dos estaban haciendo un gran alboroto en el gran silencio que había en el lugar.
Una figura se acercó rápidamente, era Eliana que dijo con severidad. -¡Shh! Estamos en la biblioteca.
Algunas personas la miraban con seriedad, otras con una leve sonrisa. Separó con suavidad a las adolescentes y se percató de la presencia de Kevin. -Oh, Kevin, lamento no haberte saludado ¿Como te sientes?
-Pues, de maravilla.- Contestó con ironía.
La muchacha negó con la cabeza. -Lamento no haberte hablado en éstos días, es que luego de lo ocurrido desconfiaba un poco de ti. Lo siento.
Levantó la mano con confianza. -Descuida, es bueno saber que puedo contar con ustedes, al menos no se alejan de mi...
Mady cerró los libros y Eliana hizo una seña con el dedo índice, las otras comprendieron y giraron hacia la salida.
Mady propuso: -Vamos a tomar una rica taza de chocolate. ¿Vienes con nosotras?
El muchacho asintió con la cabeza. -De acuerdo, pero primero debo devolver éstos libros.
Ordenó las plumas, el tintero, los pergaminos y los guardó con cuidado en una pequeña mochila. Hojeó un pequeño libro liviano que decía en su tapa: "Historia contemporánea de muggles y magos" Por Katherine Labroick".
En un capítulo que se titulaba "La difícil convivencia", leyó con mucho detenimiento cada página olvidándose de que debía devolver el libro. En esas páginas se enteró que los muggles siempre habían sido ingratos con los magos, pues los que conocían a los magos los envidiaban. Así fue como muchos hechiceros y brujas habían sido echados de los pueblos, ejecutados y discriminados por todos los muggles. Algunos se vengaron matando y torturando a los muggles, otros simplemente se ocultaron y trataron de entender el lugar que ocupaban en el mundo. Así comenzó a crecer la comunidad mágica, en total secreto, para que ningún muggle pudiera entrometerse. Los Squibs mantendrían con sumo compromiso el secreto de los brujos y así comenzarían a salir los decretos y la democracia mágica, comandada por el ministerio de magia...

-¿Sabes algo? Conozco insectos, animales y criaturas apestosas, pero no hay nada igual a un muggle. Son realmente un engendro de la naturaleza... ¡Sangre sucia y podrida, apestosos, inútiles...!- Escuchó con claridad la voz de Scorpius y la risa de sus compañeros que parecían custodiarlo como si fuera un temerario. Cerró el libro violentamente y se levantó. Puso los libros en las estanterías, donde correspondía y se dirigió hacia la puerta. Giró con lentitud mirando hacia donde estaba Scorpius con sus secuaces, riéndose y haciendo todo tipo de ademanes.
Pensó en voz alta: -Maldito discriminador. Ojala se le cayera la estantería encima...- Sintió un gran mareo, los ojos le ardían por un momento y se le nubló la vista.
Escuchó un violento estruendo y unos gritos. -¿¡Que demonios creen que están haciendo!?
La bibliotecaria se acercó a pasos agigantados y con la respiración agitada. Volaban hojas hacia todos lados y se veían un montón de libros armados y desarmados desparramados a lo largo de todo el piso. Una de las estanterías estaba tirada en el piso, al lado de ella estaba Scorpius con un pie atrapado en uno de los fierros que conformaban la base. La multitud de Slytherin miraba hacia todas las direcciones y ayudaban al rubio a quitarse el zapato derecho. El cuerpo de Kevin comenzó a temblar de manera muy marcada y atinó a huir del lugar rápidamente y con sagacidad para que nadie lo culpase.
-Este lugar es de todos, no pueden hacerle daño, ¡Haré que les descuenten 100 puntos por eso!.¡Ya verán!- Contestó la bibliotecaria.
- ¡Oiga!.¡Nosotros no fuimos!
Escuchó la replica y eso fue lo último que alcanzó a distinguir. Bajó las escaleras tambaleando y jadeando hasta llegar con gran alivio a su carpa y a su habitación. Percibía en su cuerpo una sensación conocida, una sed de venganza que parecía que la había dejado en el olvido hacía mucho tiempo. ¿En verdad fue el quién derribó aquella estantería?. ¿Su magia inconsciente seguía manifestándose?. No podía ser, según los últimos pronósticos del profesor Teddy Lupin ya estaban todos desarrollados, convertidos en su totalidad en magos. Habían dado por superada la prueba del Bogart, del hechizo Ridikulus. Un malestar en el cuerpo hizo que faltase a la siguiente clase. Se quedó en la cama tendido con la vista fija en el techo y por momentos en la jaula donde estaba Ululú durmiendo plácidamente, cerró los ojos y decidió hacer lo mismo...

Un sueño tan claro como palpable lo sumergía en las profundidades de lo incierto. Viajó conscientemente en lo que parecía un remolino de color negro y que lo derivó al piso de madera.
-¿Te encuentras bien? Pequeño.
Temblaba de arriba abajo, una vez más. La credulidad parecía estar más cerca que nunca y el mismo hombre de piel cetrina volvió a aparecer. - ¡Papá! ¿Que haces aquí?
- Soy el capitán de este barco.
-¿Desde cuando?
El sujeto volvió a repetir -Desde que partí...
El adolescente estaba desconcertado. ¿Realmente estaba ante su padre? -¿Y mamá?- Preguntó con la voz quebrada, el hombre no se inmutó.
-Está en la pasarela, con la mirada perdida en el mar...
-¿Quien está ahí? Ah, eres tú...- Contestó apesadumbrado Raper.
Kevin abrió los ojos y se levantó con pesadez.
-En cinco minutos tenemos clase de Transformaciones y hoy hay evaluación... Adiós.- Se retiró silenciosamente. El muchacho se quedó pensando en el sueño y recordó la última clase de Literatura que había tenido. Donde se le había ocurrido escribir los sueños y hacer anotaciones sobre las cosas que le inspiraban. La verdadera chispa de la inspiración debía ser muy bien aprovechada para continuar después con la escritura y lograr concretar algo que quizás le saldría mejor... ¿Y si escribo este sueño?, se preguntó con energía. Tomó una pluma que ya estaba mojada y con lo poco que le quedaba de tinta escribió el recuerdo del sueño. Al terminar se dio cuenta que le gustaba escribir y que por ello la ocasión se repetiría. Se sentía un artista, al menos un escritor, no importaba que no tenga lectores, sino que el mismo lo disfrute. Comenzaba a sentir las palabras como un resguardo, la literatura como un mundo y los artistas como un gran universo. "Dentro de ese universo, ¿Quien soy yo? ¿Como me llamo, o como me gustaría que me llamen?" se interrogó delirando, sacudió la pluma para aprovechar las últimas gotas de tintas en las que escribió al pié del párrafo:

El defensor muggle.

Se sentía un muggle común y corriente, se sentía un ser humano, quizás sin magia, a pesar de tener una varita mágica, de tener magia inconsciente y de haber hecho caer una repisa ese mismo día. Defendería a los muggles, a sus iguales, a sus hermanos de las garras de los perversos brujos que los torturaban. Abajo de su firma escribió con apuro:

Pendiente: escribir la experiencia de la estantería, de...

La tinta se le terminó y tenía deseos de seguir escribiendo. Ululú se despertó y lo saludó cantando un chirrido muy dulce. Se acercó a darle unas caricias y ver si la jaula estaba limpia. Buscó en el pequeño bolso de mano el tintero y lo dejó muy al borde del escritorio. Continuó lo que creía imprescindible.

...de esta tarde y de las ocasiones anteriores: con el reportero gráfico, con Brian, con la serpiente, con el bógart y con Scorpius Malfoy.

En ese momento el bolso se cayó del escritorio disparándose un pequeño libro que patinó unos metros.

El libro avanzado del príncipe mestizo

Abrió la boca asombrado de que se había olvidado por completo de la existencia de ese libro y que haría lo imposible por averiguar de que se trataba. Al menos de agrandar sus imperceptibles letras.

-El príncipe mestizo...- Dijo pensativo, antes de agacharse a agarrar el libro cerró los ojos y susurró: -El príncipe muggle, ese soy yo. El príncipe de un reino hostigado por la adversidad, el príncipe que intentará mantener lazos de afecto y compromiso entre muggles y magos...

Un grito lo desconcertó y lo bajó a la aparente realidad. -¡Kevin, no querrás llegar tarde a la evaluación de Transformaciones, te lo aseguro!- Era Mady, quién se asomó a la carpa.

Sacudió su cabeza, se golpeó la frente avergonzado y en un gran apuro tachó "el defensor muggle", puso a su lado "el príncipe muggle" y corrió apresurado con el bolso abierto y esparciendo algunas gotas de tinta en el camino.

Desde ese momento vagaba por los pasillos con su pluma y su pergamino a mano y un pequeño tintero en el bolsillo. Ya no volvió a tener ese sueño que involucraba a sus padres y a el. Se posaba en rocas, lomas y en pequeñas cámaras donde tenía una vista privilegiada y oculta para escribir sus sueños, sus pensamientos y sus inquietudes. De tarde en tarde daba paseos por los patios y paisajes más cercanos y permitidos. La soledad era una compañía despreciable pero irremediable por el momento, sus amigos de la carpa le resultaban fríos y desagradables. No quedaba opción más que mantenerse alejado y oculto de todos, pero no de sus inquietudes, de sus miedos y de sus inseguridades. A la tardecita, cuando el sol brindaba sus últimos rayos caminó tropezando con el piso desparejo y una voz femenina desconocida lo evocó. -¿Tú eres Kevin?
Se dio vuelta al instante y ocurrió lo inesperado. No era sólo una voz desconocida, era una muchacha desconocida, estaba totalmente tapada con una bufanda y un gorro, pues el viento congelaba los huesos. La siguió hasta la entrada del castillo, comprendiendo que no era propicio estar afuera.
-Así es.
La muchacha se destapó la cara y su belleza fue rápidamente reconocida por Kevin. Piel blanquecina, ojos misteriosos de color gris claro y pelo extremadamente rubio. El cuerpo de Kevin comenzó a temblar y la sorpresa era tan maravillosa como inusual. -Soy Maia Galeano, la buscadora de Ravenclaw. ¿Recuerdas?
Asintió con mucha dificultad por que se sentía helado como una estatua de hielo.
-Me han comentado que eres muy bueno en lo que se refiere a pociones.
Estaba por negárselo totalmente impresionado, pero la muchacha lo interrumpió bruscamente.
-Y me preguntaba si podrías ayudarme a mezclar una pócima que todavía no he podido realizar.
Dio un suspiro de desaliento y una mirada caída. -No se quién te ha dicho eso, pero se ha equivocado. Lo único que tengo es un poco de suerte a la hora de mezclar pociones y me han obsequiado un libro que me facilitó la tarea...
Lo miró con desconcierto y Kevin, al notar que su respuesta fue algo cruda, repuso con tranquilidad. -Sin embargo podría ayudarte en lo que sepa y en lo que pueda...
La muchacha dio una sonrisa radiante y era inevitable contemplar un rostro tan bello. Caminaron a toda prisa a hacia las escaleras y a la biblioteca. En el trayecto no pudo decir ninguna palabra más por que tartamudeaba y temía quedar en ridículo. Entraron a la biblioteca y en un escritorio se observó un caldero, una bolsa grande y varios libros. Maia encendió el caldero y con cierta torpeza desenvolvió en la bolsa distintos frascos de plástico que contenían diferentes sustancias.
-Más les vale que sepan lo que están haciendo. Si llegan a ocasionar una explosión o ensucian. ¡Lo tendrán que limpiar con sus lenguas!- Advirtió la bibliotecaria con severidad.
Se sonrojaron mientras abrieron algunos libros y los hojearon. Finalmente la muchacha explicó en un susurro: -"La pócima desintoxicante" me ha sido muy esquiva éstos días y cada vez que intento realizarla explota hirviendo y salpica hacia todos lados- .
Kevin apretó los dientes pues estaba temblando del miedo y de la vergüenza que le ocasionaba pensar en que ensuciarían la biblioteca. Leyó con mucha atención los ingredientes y la manera de llevar a cabo la mezcla. No parecía muy peligroso agregar agua o algunas algas, pero el aceite vegetal y el líquido desoxidante le daban mala espina. Accedió a comenzar a mezclar, pues la chica se impacientaba y quizás se arrepentiría de un momento a otro.
Dijo, tratando de razonar. -Así que esta pócima es para desentoxicar plantas y algas...
La incertidumbre de saber que ocurría lo carcomía por dentro, al menos daría su mayor esfuerzo. Las algas al entrar en el agua hirviendo se deshicieron tomando un aspecto parecido a la harina. Un líquido fucsia lo impresionaba mientras que Maia destapaba los demás frascos.
-¿Piedra de oxígeno?.¿Que es eso?
Según he oído la extraen desde el fondo de las cascadas...
Tomó la piedra transparente y la hundió con cuidado. Revolvió veinte veces en sentido a las agujas del reloj y quince en dirección contraria.
-Cada vez que revuelvo pierdo la cuenta de cuantas veces voy...- Este último comentario lo desconcertó y le hizo perder la cuenta de las veces que estaba revolviendo. Esto lo hizo enfadar, pues consideraba que era su culpa haber dejado que ella lo distraiga y que si hacía el ridículo tendría que afrontarlo. Dedujo que cada vuelta era equivalente a un segundo y que tal vez pasaron 15 segundos. Introdujo dos sustancias muy burbujeantes de color transparente y empezó a transpirar cuando se dio cuenta que estaba por los últimos elementos. Maia puso más leña en el caldero, aumentando la intensidad del fuego y el muchacho intentó no temblar. De esa manera estaría firme y revolvería con más exactitud.
-Te pediré por favor que no me hables en este momento, pues necesito suma concentración.- Solicitó con voz dulce, tratando de no ser desagradable, pero por dentro estaba muy serio y tenso. En ese momento vertió líquido desoxidante, batió y mientras revolvía, la chica agregaba aceite vegetal. Algunas chispas de fuego saltaron desde la leña, sin embargo en ese momento no podía detenerse, tendría que terminar de volcar cuidadosamente el líquido y revolver difícilmente hasta concluir. Apretó fuertemente los dientes, se aferró a la cuchara gigantesca y cerrando los ojos suplicó en voz baja que terminara bien. Así fue como la pócima llegó a su fin y adoptó un color verde transparente.
-Eso es todo, ¡Lo has logrado!.
Kevin soltó las manos de la cuchara y se sentó limpiándose el sudor de la frente con un pañuelo blanco. -Ahora entiendo, si se revuelve con seguridad, decisión y concentración no se exceden ni las vueltas de la cuchara, ni el batido...
Apagó el fuego y guardó los elementos en la bolsa. -Estoy segura de que mañana me irá bien en la evaluación, podré lograrlo.
Sonrió complacido y suspiró aliviado. -Muchas gracias. No lo podría haber hecho sin ti.
Se levantó temeroso y sin más que decir siguió a Maia bajando por las escaleras.
-Mañana te diré como me ha ido en el examen, estoy segura que lo haré bien. Es más, mañana a esta misma hora terminará la clase y podríamos vernos...- Maia se alejó saludando con mucha simpatía, el adolescente atinó a contestar tartamudeando:
-De... de... acuerdo...- Dijo, su voz en el mismo instante en que se había perdido en la inmensidad del castillo.

(Fin del Capítulo 21)

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